Tras una laboriosa tarea
de traducción se publica en Italia por la Manifestolibri, el opus
magnum de Yann Moulier-Boutang, Dalla schiavitù al lavoro salariato,
que reproduce casi íntegramente una tesis doctoral en Ciencias
Económicas leída en el Instituto de Estudios Políticos
de París y publicada en Francia en 1998. La complejidad del planteamiento
científico, la multiplicidad de la estructura teórica y
la tesitura de la trama historiográfica no puede, desde luego,
ser resumidas en pocas líneas; intentaremos, por tanto, afrontar
el texto siguiendo un breve y puntual esquema expositivo.
La historia del trabajo asalariado se expresa a través de una historia
mundial constituida por trayectorias específicas: África
del Sur, América del Norte, Europa Occidental con las migraciones
coloniales y después con las grandes migraciones intra-europeas
y trans-mediterráneas, Japón con las migraciones coreanas
antiguas y recientes. Esta historia evidencia ya cómo el mercado
del trabajo no puede funcionar sin la fijación de la movilidad
fuerza-trabajo, pero también la permanencia de un mercado del "trabajo
exógeno" respecto al que llega.
La instauración del régimen moderno de la esclavitud en
las plantaciones de América desarrolló durante setenta años
(1620-1690) la tarea de enjaular la fuerza de trabajo tras haber constatado
que los blancos deportados en las colonias no habrían podido sostener
por sí solos la demanda de producción. Sería necesario
más de un siglo (1792-1907) para la abolición del sistema
de la deportación y de la esclavitud de la fuerza de trabajo en
los estados coloniales. Moulier-Boutang describe la historia de esta liberación
a través de la guerra civil en Estados Unidos, la institución
de la República brasileña, la creación y la destrucción
de los Estados de los bóreos en Sudáfrica, la revuelta jacobina
de Haití. La abolición de la esclavitud es el resultado
de la decisión política adoptada por Inglaterra, que pretendía
sentar las bases de una economía internacional abierta al libre-intercambio
y a la fuerza de trabajo libre. La hegemonía marítima le
permitió hacer esta elección, a pesar de toda la economía
mundial que funcionaba de otra manera. La pérdida de su colonia
más próspera, Estados Unidos, las tormentas revolucionarias
que atravesaban toda Europa y, por reflejo, el mundo, condujeron a Inglaterra
a operar una revisión profunda de las reglas de los intercambios
económicos a nivel internacional. Se afirmaba así, entre
1814 y 1880, el liberalismo económico, comercial, político
y por tanto el modelo indiscutido de la modernización y del crecimiento
capitalista. La abolición de la trata y después de la de
la esclavitud impuesta al mundo entero por Inglaterra constituía
el resultado lógico de la instauración del régimen
del libre mercado internacional y nacional del trabajo. Moulier-Boutang
sostiene que este proceso epocal, económicamente no productivo,
dado que un trabajador dependiente cuesta mucho más que un esclavo,
fue originariamente impuesto al capital mundial por la misma fuerza de
trabajo.
Un momento fundamental para la constitución a nivel mundial de
una fuerza de trabajo es, por tanto, el paso entendido en términos
marxistas, del capitalismo extensivo al capitalismo intensivo, de la plusvalía
absoluta a la plusvalía relativa. El nuevo imperativo era el del
crecimiento económico, el de una juridificación del espacio
comercial mundial y en poco tiempo habrían llegado también
las primeras tímidas garantías constitucionales para el
trabajo. Sin embargo, el paso no fue tan directo: Moulier-Boutang describe
la sucesiva estratificación de los mercados de trabajo como el
del peonaje, pero también del segmentado por el régimen
de las migraciones internacionales bajo contrato para la gran parte de
los inmigrados extranjeros, y finalmente del mercado protegido por las
barreras racionales y discriminatorias contra las poblaciones no blancas
(USA, Sudáfrica, Australia). Se trata de tres formas de trabajo
dependiente que caracterizan el mercado de trabajo de las zonas más
dinámicas de la industrialización durante todo el siglo
XX y parte del anterior. La economía mundo está altamente
diferenciada y esto se mide sobre todo en la organización de sus
mercados de trabajo. La evolución de estos sistemas complejos,
sostiene Moulier-Boutang, depende del control del derecho de ruptura unilateral
de la relación de trabajo, objeto permanente del conflicto entre
capital y trabajo.
El resultado de este conflicto es el modelo liberal del trabajo: la venta
de la fuerza de trabajo a cambio del "pago" de una cierta cantidad
de dinero. El trabajador dependiente, jurídicamente libre, ya no
es un objeto de la transacción, sino que es el sujeto contratante,
se compromete a realizar la prestación durante un tiempo determinado.
La lucha por su libertad se articula en dos terrenos: el del debilitamiento
de la coerción salarial a favor de la constitución de un
estatuto de semi-independencia; el de la gestión del tiempo de
duración contrato, pero también del salario. Esta es la
forma en que el trabajo asalariado se ha transmitido hasta hoy, después
de la afirmación mundial de la revolución monetarista.
Moulier-Boutang mantiene que el mercado de trabajo tiene un único
objetivo: el de controlar la movilidad del trabajo, del que las migraciones
internacionales se presentan como el tipo-ideal. En su autonomía,
de hecho, el fenómeno de la movilidad de la fuerza de trabajo internacional
constituye hoy un mercado de trabajo paralelo al de la fuerza de trabajo
"nacional", es decir, un mercado "exógeno".
En toda Europa, así como en Estados Unidos, la fuerza de trabajo
internacional está vinculada al permiso de residencia, al tristemente
famoso contrato de trabajo. Los migrantes internacionales son hoy prisioneros
de un residuo jurídico arcaico del que la fuerza de trabajo "nacional"
se ha liberado en el curso del último siglo, ya desde el momento
de introducción de los primeros elementos de Welfare State. La
diferencia esencial entre las dos formas de contrato de trabajo radica
en el derecho de los ciudadanos de romper el compromiso suscrito con el
empresario. Este derecho, en cambio, no se le reconoce a los extranjeros.
Es como si el derecho del trabajador asalariado tuviese como contrapartida
la severa limitación de derecho de romper el contrato de trabajo
por parte del inmigrado. ¿En qué consiste la relación
de complementariedad entre estas dos fuerzas de trabajo y los respectivos
mercados? Para Moulier-Boutang esta relación deriva de una exigencia
sistémica: la de controlar el mercado de trabajo en el caso de
flujos de fuerza de trabajo exógena (la cuota de inmigrantes necesaria
para afrontar un racionamiento de la oferta en determinados sectores del
mercado) o en el caso de los flujos endógenos (es decir, cuando
la oferta de fuerza de trabajo excede la capacidad de empleo). Esta exigencia
sistémica del mercado de trabajo se afirma a nivel mundial ya desde
los primeros tiempos de la acumulación capitalista, dislocándose
históricamente hasta el punto de condicionar directamente su curso,
modificando ontológicamente sus principios constitutivos.
La caracterización típico-ideal de las migraciones internacionales
hecha por Moulier-Boutang no responde a la voluntad de elegirlas como
actrices privilegiadas de la acumulación capitalista. Es la movilidad
de la fuerza de trabajo en general, la que es protagonista de tal acumulación.
Lo que le interesa al capital es proteger al mercado de trabajo del peligro
de fuga del trabajo dependiente, libre o no. Tal peligro es para Moulier-Boutang
como el primum mobile de la creación del mercado de trabajo y,
por tanto, de la competencia capitalista y de la acumulación en
general. La tentación de enjaular la movilidad del trabajo se puede
ver en la operación por parte del mercado de trabajo de limitarla
a través del intercambio prestación de trabajo por dinero.
De aquí se siguen las distintas inversiones sobre los derechos
de la ciudadanía, es decir, aquellas reglas que han apuntado durante
los "30 años gloriosos" (1945-1975) a la constitución
de un régimen permanente del trabajo dependiente, en todo el hemisferio
occidental del planeta. Esta operación es definida por Moulier-Boutang
como "internalización" del mercado de trabajo, es decir,
como la creación de un sistema que establece la duración
indeterminada del trabajo y, por tanto, de aquel sistema de ciudadanía
dirigido a la reproducción de las condiciones sociales por las
cuales cada trabajador está garantizado, pero también es
libre de romper la relación de trabajo; seguro de encontrar otro
igual de digno. La revolución neo-liberal ocurrida en los treinta
años siguientes, parece, en cambio, haber invertido la trayectoria
de la internalización del mercado de trabajo hacía un camino
contrario de externalización, es decir, de desmantelamiento de
las garantías sistémicas de estabilidad del mercado de trabajo,
hacia formas de control de la movilidad de la fuerza de trabajo más
autoritarias y flexibles.
En el marco de este evento histórico, Moulier-Boutang descubre
la existencia de un nuevo "continente", el del rechazo, de la
insubordinación, de la fuga, del movimiento del éxodo de
la relación de trabajo asalariado. Se trata, dicho de otro modo,
del problema crucial afrontado a nivel mundial por todos los Estados-nación:
el de fijar la fuerza de trabajo en un territorio, obligarla a trabajar
y, por tanto, a participar en un proceso de acumulación capitalista,
impedir su fuga desde la disciplina productivista y por tanto, del mercado
de trabajo, fuera del cual no existe ningún tipo de ciudadanía,
modelo, por tanto, de vida social. El descubrimiento de lo positivo de
la fuga, del rechazo a prestarse a la cooperación social impuesta
por el Capital, de modo no distinto de lo afirmado por Albert Hirschmann
según el modelo exit/voice, implica una toma de postura a favor
de una nueva constitución del trabajo y, por tanto, de una regla
o conjunto de reglas capaces de generar la necesidad de una nueva cooperación
social.
Roberto Ciccarelli
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